Publicado en el número 1 (noviembre-diciembre) de la revista literaria bimensual En Sentido Figurado (editada en Alemania, EEUU, México y España con ISNN- 2007-0071).

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Llegó a casa. Entró en la habitación y tomó asiento.

—Hola, ¿cómo estás? ¿Qué tal el día?

—Jodido.

—Vaya, lo siento. Pero, ¿qué pasa?

—Pues que me pesa la vida y eso es jodido, muy jodido—repuso.

—Ya. No sé qué decirte.

—Pues menuda ayuda. Tantos años juntos y no sabes qué decir. Genial.

—¿Te acuerdas del paseo por la montaña de la semana pasada?—preguntó.

—Sí, ¿por?

—Porque lo pasamos bien y hay que disfrutar de esas pequeñas cosas.

—Sí, lo sé. Pero no consigo romper esta inercia. Este letargo. Esta abulia.

—Deberías ir al psiquiatra, seguro que puede ayudarte.

—Ya estamos. Me abro contigo y me mandas al psiquiatra. Siempre eres de gran ayuda.

—¿Y qué quieres que te diga cuando ni tú mismo sabes qué te pasa?

—Sí lo sé. Me pesa la vida… Tanto que no puedo aguantarla.

—Me pesa la vida. Me pesa la vida. !¿Y a quién coño no le pesa la vida?! ¿Quién no sufre? ¿Quién no llora? ¿Quién no tiene problemas? La vida es saber hacer la mochila que nos ha tocado llevar más ligera o llevarla de tal forma que no nos duela la espalda. Sacando el peso excesivo y, que cuando lo analizas, no resulta tan importante. Y, por ello, decides que no tiene por qué estar ahí. Desechar las piedras que nos han colocado dentro y no nos corresponden llevar. Transportarla con alegría deteniéndonos para divertirnos, aunque sepamos que nuestras mochilas permanecen a nuestros pies. La vida es alimentar el espíritu con acciones que nos regocijen y que ayuden a olvidarnos de ella. Rodearnos de personas que aligeren nuestra carga y, sobre todo, aceptando tu mochila. Eso es lo más importante. Cuando la aceptas, ya pesa la mitad.

—Vaya, ahora resultas todo un experto. Deberías poner una consulta. No, espera, no te vayas. Lo digo en serio. Disculpa no quería ser grosero.

—¿De verdad piensas que yo no tengo problemas? ¿Crees que mi vida es una consecución de actos de infinita felicidad y placer? ¡Venga ya! ¡Sabes de sobra lo que llevo en mi mochila y hago lo que puedo para seguir adelante! ¿Por qué crees que estoy aquí?

—¿Crees que no lo sé? ¿Crees que no me duele cada vez que lo pienso? ¿Cada vez que te veo? ¿Por qué no lo dices de una puta vez? ¡Venga! ¡Dilo ya! ¡Cobarde! ¡DILO!

—No empieces…

—Yo lo diré por ti, ya que a ti te faltan huevos. Quieres sacarme de tú mochila. Te peso demasiado. Soy una de esas putas piedras que ya no quieres ni puedes llevar.

Se hizo el silencio. No había nadie más en la habitación. Inspiró profundamente.  Miró desafiante a sus ojos en el espejo diciéndose:

—Mañana seguiremos hablando.

Se levantó y, dando un portazo, se marchó.